
Así comienza la crónica que escribe Roberto Palomar en Marca acerca de la victoria española en el Mundial de Sudáfrica. Puede que suene exagerado, pero esa es la sensación que el domingo por la noche flotaba por toda España, y por muchos países de todo el mundo donde estaban apostados, como virus infiltrados en un cuerpo extraño, seguidores de La Roja. Que España gane el Mundial de Fútbol es algo que no pasa todos los días, aunque suene a perogrullada, nunca ha pasado.
Por unos días nos hemos olvidado de la crisis, de lo malo que es madrugar, de los problemas cotidianos y hemos sido felices. Hemos vibrado de alegría y los 23 jugadores han sido como nuestros colegas. Todo se ha dicho ya de su entrega, compañerismo, esfuerzo, superación de las adversidades y toneladas más de elogios que habrán colmado hasta al más ufano de este grupo de futbolistas.
La afición se echó el domingo a la calle, y por si fuera poco, gran cantidad repitió al día siguiente en Madrid, para recibir como era de menester a los Campeones del Mundo (no me canso de decirlo, ¡qué bien suena!). Esta gesta se suma a todas las que el deporte español nos viene acostumbrando desde hace unos cuantos años: tenis, baloncesto, balonmano, atletismo, ciclismo; en la inmensa mayoría de los deportes con mayor afición hemos estado en lo más alto del podio. Sólo se resistía el fútbol, pero ya ha caído.
Qué puedo decir del partido. Estuve nervioso de principio a fín, con el miedo en el cuerpo ya que en cualquier momento podríamos haber sufrido el aguijonazo mortal de Robben (dos veces, concretamente) pero ahí estaban los pies y las manos prodigiosas de Casillas. Cuando ya estábamos lamentándonos porque intuíamos la espada de Damocles sobre el punto de penalti para decidir la final, un sobresaliente remate de Iniesta, saliendo limpiamente del fuera de juego, hizo que España alcanzara el nirvana futbolístico. Quedaban dos minutos de prórroga pero ya nos veíamos campeones. Afortunadamente así fue y no hubo final como el Manchester en el Camp Nou en la final de Champions del 99.

El juego desplegado por Holanda fue hosco, violento, lamentable, más propio de una película de Chuck Norris que de un deporte como el fútbol. El árbitro permitió más de lo que debió, sobre todo al permitir que Van Bommel terminara el partido. Hubo una expulsión (de Heitinga) pero a todas luces fue insuficiente.

Final de partido, victoria y revolución. Del post partido me quedo con dos imágenes protagonizdas por la misma persona. En primer lugar cómo el capitán alzaba al cielo de Johanesburgo la Copa Mundial, emocionado, sabedor del esfuerzo, de las manos que intetaron alzar el mismo trofeo a lo largo de los últimos 80 años. El segundo, evidentemente, el beso de Iker con su novia, la periodista Sara Carbonero, en directo mientras ella le entrevistaba. Mucho se ha criticado y se ha hablado de este gesto, para mí es normal, lógico, a ambos la prensa más amarilla les ha crucificado (empezando por los ingleses de "The Times", a quienes se les exige una disculpa) y así quería zanjar cualquier asunto. ¿Se quieren? Pues ya está.
Las audiencias televisivas han hablado, estableciendo este partido como el hecho más visto desde 1.992, año desde el que se miden audiencias, y eso que no se sumaron fiestas particulares y espectadores en pantallas gigantes...
Es curioso pero en poco más de 24 horas coincidieron la manifestación a favor del Estatut catalán con la celebración futbolística que hizo exhibir miles (por no decir millones) de banderas españolas. Y es que el fútbol ha hecho más por la unidad de España que el Tribunal Constitucional.
¡Enhorabuena campeones!
0 comentarios:
Publicar un comentario