sábado, 2 de mayo de 2009

UNA FÁBULA

Érase una vez que hubo un país en el que reinaba una reina a la que le encantaban los bailes. Nunca pudo ser una gran bailarina y con los años decidió que iba a organizar bailes para que la gente disfrutara con ellos. En esos bailes participaban los nobles más elegantes del reino. Los trajes lujosos eran la norma entre los invitados. Los caballeros llevaban bellas casacas que adornaban con pañuelos de fina seda y zapatos bordados con hilo de oro. Las damas todavía eran más cuidadosas, utilizaban los mejores tejidos, que importaban de países lejanos y exóticos y siempre intentaban que sus sombreros lucieran con tocados imaginativos que fueran la envidia del resto de invitados. La competencia era brutal, además de vestir con elegancia, lujo y suntuosidad debían de bailar de manera primorosa, pues la unión de ambos elementos era la clave para el triunfo en estos eventos. Los sastres más importantes empezaron a vestir a los invitados y cuantos más galardones ganaban en estos bailes más prendas conseguían vender los sastres en sus elegantes boutiques.
La reina organizaba los bailes por las distintas ciudades de su reino. Muchas de ellas querían celebrar el baile pues era un motivo de orgullo, y una fuente de ingresos, puesto que los habitantes de los pueblecitos cercanos se acercaban a ver estos bailes y los taberneros veían con alegría como las ventas de bocadillos y cerveza aumentaban en esos días. La gente admiraba los magníficos trajes y tocados, y con emoción reconocían a los más famosos bailarines, cuya fama sobrepasaba fronteras.
Los bailes solían celebrarse en palacios, algunos antiguos y otros más recientes, que se adornaban para la ocasión con ricos tapices, espejos y cuadros realizados por los pintores más famosos. Los salones de baile de estos palacios eran la envidia de muchas ciudades que construía estos salones con la esperanza de que la reina se fijara en ellos para celebrar un baile. La reina era bastante avariciosa y se podía comprar su voluntad, por eso en muchas ocasiones la reina recibía hermosos regalos. A veces, si se sentía suficientemente halagada, decidía añadir un nuevo salón al tour de celebraciones.
Hubo un nuevo rico que quiso celebrar un baile en su hacienda. Por ello envío un regalo carísimo a la reina que se sintió muy atraída por este presente. La reina viajó al pueblo de este potentado para visitar su hacienda y decidir si era un buen lugar para celebrar el baile. El rico le habló de que ya había celebrado juegos florales en su hacienda, había construído un parterre y un kiosco y pensaba en celebrar otros eventos para demostrar su riqueza. Pero el nuevo rico no poseía un palacio con sala de baile, por lo que pensó en sus jardines y sus tierras de cultivo para celebrar el baile. Los jardines habían sido plantados con árboles frutales exóticos y con arbustos de los que nacían bellas flores. La reina, entusiasmada con su regalo y deslumbrada por la belleza del jardín creyó que el baile sería una idea fantástica, ya que había un noble que llevaba muchos años celebrando uno de los bailes más famosos en sus fabulosos jardines.
Pero parte de los trabajadores de la hacienda no estaban contentos con las ideas del rico, y protestaron por esta decisión de su amo, sobre todo porque en la misma calle de la hacienda, se había levantado, no hacía mucho, un palacio con un fantástico salón de baile. La reina, que no quería que el rico se retractara al entregar su regalo, adviritó a los trabajadores que si no aceptaban la celebración del baile haría que éste los despidiera. Los trabajadores aceptaron en su mayoría la celebración del baile, sobre todo los que se encargaban del servicio doméstico, la mayoría, ya que pocas veces pisaban los jardines y pensaban lo maravilloso que sería ver un baile de cerca.
Así el rico empezó a engalanar su hacienda. Tapó con biombos los campos de labranza, pintó las paredes, colocó macetas con plantas y sobre el césped y parte de las tierras de labranza colocó tarimas de madera para que los bailarines posaran sus finos pies. Muchos trabajadores se quejaron, ya que para acceder a su puesto de trabajo debían rodear todo este montaje y esto les ocasionaba muchas molestias.
Y al fin se celebró el baile. La gente acudió en masa, a pesar de que en la misma ciudad otro noble celebraba ya un baile en el salón de su palacio. La gente que acudió al baile empezó a protestar, ya que la comida del banquete que acompañaba no era sabrosa, había mucho barro que manchó las botas de cuero de los asistentes y muchas sillas estaban cojas y los cojines eran duros e incómodos. A pesar de eso, quizás por el regalo, la reina se mostró entusiasmada y feliz, por ello prometió que el baile se celebraría durante varios años en la hacienda.
Pero el final del año la cosecha se perdió por culpa del mal tiempo y el rico perdió sus ganancias de ese año, además del dinero invertido y de los sueldos de los trabajadores. Al empezar la temporada de los bailes la reina, a la vista de la situación por la que pasaba el rico, y de que se esperaban menos visitas a su baile, se arrepintió de haber prometido los bailes al rico y comentó que quizá fue excesivamente presurosa en escoger esta hacienda, deslumbrada por el rico regalo.
La cosa fue a peor cuando la reina visitó el palacio que había en la misma ciudad en la que el rico tenía la hacienda. Allí dijo que ese palacio era mucho mejor que la hacienda. Mucha gente pensó que eso no era más que una opinión pasajera de la reina, que apreciaba en exceso los regalos de los nobles y en todos los bailes, para asegurarse el regalo, alababa a su organizador y al recinto.
Pero el rico se ofendió. Dijo que la reina no tenía ni idea y que la culpa de todo era del vecino, que había cometido el error de organizar el baile durante más tiempo y mejor que el rico, que sólo buscaba impresionar al país. Muchos de los trabajadores intuyeron la rabieta del rico, ya que muchas veces, cuando algo le iba mal le echaba la culpa al noble vecino sin pensar que era él el culpable por una mala gestión.
Quizás estés pensando que me he pegado un golpe en la cabeza y que esta fábula no tiene ni pies ni cabeza. O sí. Vamos a traducir los términos. El baile es la Fórmula 1, la reina es Bernie Ecclestone, el rico es el PP valenciano, los palacios son los circuitos, los trajes son los coches, los bailarines los pilotos, la hacienda es Valencia y el palacio vecino en la misma ciudad es Barcelona (el palacio en la misma calle es Cheste). Así entenderás todo.
Ya desde hace un tiempo se viene oyendo, bien desde el propio Ecclestone, bien por la boca de su esbirro Alejandro Agag, que quizá Valencia no es una buena sede para la F1 y que se debería replantear la celebración de este Gran Premio. Las declaraciones en Barcelona no han hecho más que encender la mecha que ha hecho explotar a Rita Barberá, que ha echado la culpa de estas declaraciones a los catalanes, siempre tan ladinos los catalanes.
Cataluña es el chivo expiatorio que utilizan los peperos valencianos para disimular su nefasta gestión. Y todo esto salta después de que Ecclestone chantajeara a los valencianos antes de las elecciones de 2.007, después de que las administraciones públicas se gastaran el dinero de los ciudadanos, después de que la ciudad rabiará por las multiples molestias, después de que la concesión comercial del gran premio se otorgara a sus amiguitos del alma (¿también les querrán un huevo?), después de los cientos de quejas de los asistentes, después de que esta empresa (Valmor Sport) no se haga cargo de las pérdidas que se han ocasionado, después de que metan la pata.
LEE LA NOTICIA, para que compruebes que lo único que me he inventado ha sido esta fábula.




Nunca me enfado por lo que la gente me pide, sino por lo que me niega.
Antonio Cánovas del Castillo (1828-1897) Político, historiador y escritor español.

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