En los últimos siete días hemos podido comprobar como aquello que nos unirá a tod@s los que ahora estamos en la faz de la tierra, puede estar lleno de matices, incluso de contrastes.
Hace una semana, una mañana de viernes, al igual que hoy, se convirtió en una mañana incómoda. La realidad y el presente nos arranca en ocasiones de nuestra rutina y de ciertas pautas a las que las condiciones nos llevan. Hay ocasiones en que se nos atragantan algunos bocados.
El viernes pasado desayunaba con la noticia trágica de que había muerto Vicente Ferrer. Creo que poco debo de explicar acerca de esta persona. Ingresó en la Compañía de Jesús con un sólo propósito, ayudar a los pobres, ayudar a aquellos que menos tienen. Por ello se fue a la India. De allí tuvo que salir huyendo por las suspicacias de unos dirigentes excesivamente recelosos a la hora de calificar la labor de Ferrer y puede que excesivamente puristas al punto de continuar con las castas. Hace cuarenta años decidió volver a la India, concretamente a la ciudad de Anantapur, donde se instaló y continuó su labor, dejando ese mismo año los votos jesuitas. Al poco se casaría y fundaría con su esposa la Fundación que lleva el nombre de este gran filántropo.
Son estas personas las que nos recuerdan el espíritu primero de la Iglesia, aquel que debiera ser su bandera, alejada de alzacuellos politizados, sotanas pendencieras y casullas pedófilas. El mensaje de ayudar a quien más lo necesita, el mensaje de justicia es el que más se necesita en un planeta repleto de desigualdades. Por eso se reclaman dos cosas, que sea Premio Nobel de la Paz (una mención que se reclamaba desde hace años y que puede que sea posible a título póstumo) y que se le eleve a los altares con la categoría de santo. Pero puedo aventurar que esto segundo será casi imposible. La jerarquía vaticana no podría soportar que se glorificara a un hombre que predicaba con el ejemplo, tan lejos de oropeles, mármoles y bienestar, tan cerca de pobres, leprosos, menesteros, en definitiva, trabajando duro.
Pero el reloj del viernes avanzó sus horas y una nueva muerte nos hizo estremecer. El inspector de policía Eduardo Antonio Puelles García, era asesinado por ETA en Arrigorriaga (Vizcaya) con una bomba-lapa colocada bajo de su vehículo. Como contaban algunos testigos, fue imposible rescatarlo al incendiarse de inmediato el coche. Quien tanto colaboró a que se detuviera a los indeseables acabó muriendo a manos de quienes sólo conocen la sangre para hacer política. Pero la política se abrió paso y la Cámara Vasca, libre al fin de los satélites etarras, se unió en una sola voz en contra de los terroristas y en esta semana se han sucedido los homenajes unánimes a esta víctima tan inocente como el resto. Hay aire nuevo en la Lehendakaritza.
Los etarras están acorralados, creo que firmemente vigilados en su inmensa mayoría. Prueba de esto han sido las detenciones inmediatas de miembros de la banda. Podemos alegrarnos de que hay unos canallas menos en las calles. Nuestra repulsa es tan grande como el dolor de la familia y amigos. Ese mismo dolor que demostró su viuda, dirigéndose no sólo a los asistentes a una manifestación, si no a todos aquellos que entendemos la democracia, el respeto y la defensa de las ideas por la vía pacífica. ¿Que no debió hablar en ese acto? Es la viuda, y cualquiera podría haber dicho exactamente lo mismo. Quien crea que su intervención estuvo fuera de lugar que se dé una vuelta para que le pegue un poquito el aire.
Este viernes, hoy, una nueva muerte nos aborda con un séquito de reflexiones. Supongo que si vives en el planeta Tierra a estas horas conocerás la noticia del fallecimiento de Michael Jackson. Yo me enteré anoche en un boletín informativo de una emisora de radio a las dos de la madrugada (trabajo + calor estival = insomnio) y me quedé helado. Nadie espera que pueda suceder con este tipo de personas que superan el ámbito estrictamente artístico (o del show business), pero se ha unido a la leyenda, a esa lista que incluye esos mitos que la tierra recogió antes de tiempo. James Dean, Errol Flynn, Marylin Monroe, Elvis Presley (que hubiera sido su suegro si no hubiera fallecido), Jimi Hendrix, Jim Morrison, Janis Joplin, John Lennon, Grace Kelly, Lady Di (aunque no sea exactamente artista)... Suma y sigue.
Probablemente, y sin necesidad de tener que barruntar en exceso, el nombre de Jacko sea el más repetido hoy en todo el mundo. No hay más que darse una vueltecita por las ediciones digitales de los diarios de cualquier punto del orbe. Michael fue el niño que nunca quiso crecer, el negro que se volvió blanco, el hombre que quiso parecerse a Diana Ross (a golpe de bisturí, of course). Ha sido el artista que más copias de un mismo álbum vendió y el que revolucionó el mundo del videoclip. Inventó el moonwalk y fue amigo de Macaulay Culkin (¿qué será hoy de él?). Su vida se torció a raíz de una denuncia por posible pederastia. En aquel reportaje que esta noche seguro que repetirán en alguna cadena de televisión se vió a una persona mentalmente frágil, demasiado inocente o demasiado cínico, no sé. Se apreciaba su lado caprichoso, amigo de los lujosos inútiles.
Puede que las deudas lo hayan matado, un factor más importante que el exceso de medicamentos, o puede que haya sido un entorno chupóptero y ambicioso, demasiado a tenor de lo que cuentan que era Jackson de un tiempo a esta parte, una persona desorientada, que precisaba de un apuntador par pronunciar unas pocas frases.
Mucho se volverá a hablar de Michael, para bien y para mal, para elogiarlo y para despedazarlo. Ahí estarán sus herederos, esperando que se subasten sus miserias y que un nuevo recopilatorio vacío de material nuevo y un álbum lleno de material inédito, que en otra época fue desechado, inyecten liquidez a sus cuentas y eliminen las deudas.
La muerte ha unido a tres personas que poco podrían tener en común, en principio, pero que nos entristecen de igual manera, pero que nos llenan de solidaridad, rabia y lástima respectivamente. Han sido muertes que se han vivido a distintos niveles, ya sea nacional, internacional o planetaria. Son pérdidas que distinta forma notaremos.
Hace una semana, una mañana de viernes, al igual que hoy, se convirtió en una mañana incómoda. La realidad y el presente nos arranca en ocasiones de nuestra rutina y de ciertas pautas a las que las condiciones nos llevan. Hay ocasiones en que se nos atragantan algunos bocados.
El viernes pasado desayunaba con la noticia trágica de que había muerto Vicente Ferrer. Creo que poco debo de explicar acerca de esta persona. Ingresó en la Compañía de Jesús con un sólo propósito, ayudar a los pobres, ayudar a aquellos que menos tienen. Por ello se fue a la India. De allí tuvo que salir huyendo por las suspicacias de unos dirigentes excesivamente recelosos a la hora de calificar la labor de Ferrer y puede que excesivamente puristas al punto de continuar con las castas. Hace cuarenta años decidió volver a la India, concretamente a la ciudad de Anantapur, donde se instaló y continuó su labor, dejando ese mismo año los votos jesuitas. Al poco se casaría y fundaría con su esposa la Fundación que lleva el nombre de este gran filántropo.
Son estas personas las que nos recuerdan el espíritu primero de la Iglesia, aquel que debiera ser su bandera, alejada de alzacuellos politizados, sotanas pendencieras y casullas pedófilas. El mensaje de ayudar a quien más lo necesita, el mensaje de justicia es el que más se necesita en un planeta repleto de desigualdades. Por eso se reclaman dos cosas, que sea Premio Nobel de la Paz (una mención que se reclamaba desde hace años y que puede que sea posible a título póstumo) y que se le eleve a los altares con la categoría de santo. Pero puedo aventurar que esto segundo será casi imposible. La jerarquía vaticana no podría soportar que se glorificara a un hombre que predicaba con el ejemplo, tan lejos de oropeles, mármoles y bienestar, tan cerca de pobres, leprosos, menesteros, en definitiva, trabajando duro.
Pero el reloj del viernes avanzó sus horas y una nueva muerte nos hizo estremecer. El inspector de policía Eduardo Antonio Puelles García, era asesinado por ETA en Arrigorriaga (Vizcaya) con una bomba-lapa colocada bajo de su vehículo. Como contaban algunos testigos, fue imposible rescatarlo al incendiarse de inmediato el coche. Quien tanto colaboró a que se detuviera a los indeseables acabó muriendo a manos de quienes sólo conocen la sangre para hacer política. Pero la política se abrió paso y la Cámara Vasca, libre al fin de los satélites etarras, se unió en una sola voz en contra de los terroristas y en esta semana se han sucedido los homenajes unánimes a esta víctima tan inocente como el resto. Hay aire nuevo en la Lehendakaritza.
Los etarras están acorralados, creo que firmemente vigilados en su inmensa mayoría. Prueba de esto han sido las detenciones inmediatas de miembros de la banda. Podemos alegrarnos de que hay unos canallas menos en las calles. Nuestra repulsa es tan grande como el dolor de la familia y amigos. Ese mismo dolor que demostró su viuda, dirigéndose no sólo a los asistentes a una manifestación, si no a todos aquellos que entendemos la democracia, el respeto y la defensa de las ideas por la vía pacífica. ¿Que no debió hablar en ese acto? Es la viuda, y cualquiera podría haber dicho exactamente lo mismo. Quien crea que su intervención estuvo fuera de lugar que se dé una vuelta para que le pegue un poquito el aire.
Este viernes, hoy, una nueva muerte nos aborda con un séquito de reflexiones. Supongo que si vives en el planeta Tierra a estas horas conocerás la noticia del fallecimiento de Michael Jackson. Yo me enteré anoche en un boletín informativo de una emisora de radio a las dos de la madrugada (trabajo + calor estival = insomnio) y me quedé helado. Nadie espera que pueda suceder con este tipo de personas que superan el ámbito estrictamente artístico (o del show business), pero se ha unido a la leyenda, a esa lista que incluye esos mitos que la tierra recogió antes de tiempo. James Dean, Errol Flynn, Marylin Monroe, Elvis Presley (que hubiera sido su suegro si no hubiera fallecido), Jimi Hendrix, Jim Morrison, Janis Joplin, John Lennon, Grace Kelly, Lady Di (aunque no sea exactamente artista)... Suma y sigue.
Probablemente, y sin necesidad de tener que barruntar en exceso, el nombre de Jacko sea el más repetido hoy en todo el mundo. No hay más que darse una vueltecita por las ediciones digitales de los diarios de cualquier punto del orbe. Michael fue el niño que nunca quiso crecer, el negro que se volvió blanco, el hombre que quiso parecerse a Diana Ross (a golpe de bisturí, of course). Ha sido el artista que más copias de un mismo álbum vendió y el que revolucionó el mundo del videoclip. Inventó el moonwalk y fue amigo de Macaulay Culkin (¿qué será hoy de él?). Su vida se torció a raíz de una denuncia por posible pederastia. En aquel reportaje que esta noche seguro que repetirán en alguna cadena de televisión se vió a una persona mentalmente frágil, demasiado inocente o demasiado cínico, no sé. Se apreciaba su lado caprichoso, amigo de los lujosos inútiles.
Puede que las deudas lo hayan matado, un factor más importante que el exceso de medicamentos, o puede que haya sido un entorno chupóptero y ambicioso, demasiado a tenor de lo que cuentan que era Jackson de un tiempo a esta parte, una persona desorientada, que precisaba de un apuntador par pronunciar unas pocas frases.
Mucho se volverá a hablar de Michael, para bien y para mal, para elogiarlo y para despedazarlo. Ahí estarán sus herederos, esperando que se subasten sus miserias y que un nuevo recopilatorio vacío de material nuevo y un álbum lleno de material inédito, que en otra época fue desechado, inyecten liquidez a sus cuentas y eliminen las deudas.
La muerte ha unido a tres personas que poco podrían tener en común, en principio, pero que nos entristecen de igual manera, pero que nos llenan de solidaridad, rabia y lástima respectivamente. Han sido muertes que se han vivido a distintos niveles, ya sea nacional, internacional o planetaria. Son pérdidas que distinta forma notaremos.
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