miércoles, 27 de agosto de 2008

INFILTRADO EN EL PADDOCK

La historia comenzó más o menos así: era lunes y estaba en casa tranquilamente cuando sonó el teléfono. Al otro lado me dijeron que llamaban de un centro comercial. Yo pensé que se ponían en contacto conmigo para trabajar, ya que dejé currículums hace un tiempo, aunque "a buenas horas"... Pero no, me llamaban para anunciarme que me habían tocado dos entradas para ver el Gran Premio de Europa de Fórmula 1 en el Valencia Street Circuit. Me alegré, vaya que si me alegré, sobre todo porque lo primero que pensé fue en revenderlas, una propineja, tal y como estan las cosas no está nada mal.
Mi primera idea se esfumó rápidamente ya que sondeando el internete observé que quedaban muchas entradas en taquilla y que los reventas estaban bajando el precio, incluso había agencias de viajes que ofrecían un 2x1 (sondea los periódicos digitales del fin de semana del GP para comprobarlo, recomiendo El País). Aun así cada entrada costaba 250 eurazos, cualquier cantidad hubiera sido buena... Pero asistir al GP... eso es un gustazo para un amante de los deportes de motor como yo, y gratis.
Mi segunda idea fue, ya que iba a acudir, hacerme unas camisetas con estos lemas: "Me han tocado las entradas en un sorteo" y "A mí me invita este -->" la flecha iría dirigida hacia mí, ya que ese sería el atuendo de mi acompañante (mi cuñado, en este caso). Durante toda la semana estuve viendo gente por Valencia vestida con los colores de su escudería o piloto favorito y por mis adentros restallaban carcajadas al saber lo que habían pagado ellos y la suerte que había tenido yo. Las camisetas eran, sin más, para hacer amigos.
El viernes empezó el lío. Como mi mujer libraba nos fuímos los dos para allá a ver que se cocía. La entrada era un caos ya que había una única puerta por sector y el control era inexistente, así que muchos curiosos pudieron ver, por el precio del aire, los monoplazas más rápidos sobre el asfalto. La gente del control de acceso a las tribunas estaba bastante mal informada de todo y por lo tanto informaba mal a los visitantes que deambulaban por el antiguo descampado convertido en la zona cero del glamour mundial, verbigracia de los poderes políticos valencianos que aquí han llevado al paroxismo el axioma de "pensat i fet".
De lo primero que me llamó la atención en estos empleados subcontratados por ETT para ticar entradas es que no tenían ninguna protección frente al ruido, ni cascos protectores ni tapones, nada. Según la ley de prevención de riesgos laborales deberían de estar protegidos, pero... eso sí, en mi trabajo para que no nos quedemos sordos por los chillidos de unos niños, estamos protegidos. Al final del escalafón el jefe es el mismo.
Accedimos a las gradas, cuyo enclenque aspecto, ya que son desmontables, auguraba que el GP valenciano no figurara en las noticias por los bólidos y sí por los aplastamientos al ceder las tribunas, afortunadamente nada ocurrió. Al llegar a nuestros asientos levanté la vista y comprobé lo que barruntaba, no se veía más de 200 metros de pista, de los más de 5.400 de trazado total. Es decir, 250 euros (como poco) para ver los bólidos durante apenas un par de segundos y una pantalla frente a las gradas que retransmitía lo mismo que puedes ver en casa. ¡Pues vaya chufa! ¡Y encima no puedes entrar con cerveza! En ese momento añoré como nunca el Circuito Ricardo Tormo de Cheste, donde por 280 euros estás sobre boxes y desde cualquier asiento ves todo el trazado. ¡Ay, Bernie, que negociazo te has montao, jodío!
No todo fue negativo, sentir el ruido de un Formula Uno apenas a unos metros es una experiencia única, ese sonido que te deja sordo es, por otra parte, maravilloso. Tanta tecnología fascina, y ver a un Ferrari con ese control sobre el asfalto hace que se te pongan los pelos de punta. Tanta fue nuestra emoción ante los bólidos del cavallino rampante que el sol nos regaló merchandising oficial, y nuestra piel lució, al final de la jornada, tan roja como los chasis de la escudería de Maranello.
El sábado amaneció nublado y amenazando lluvia, de hecho el viernes nuit tuvimos que huir de la filmoteca de verano (al aire libre, of course) porque un tremendo chaparrón, más propio de los monzones que de las sequías levantinas, nos aguó la proyección. Así que, trocando esposa por cuñado, pudimos disfrutar de los entrenamientos sin el riesgo de un cáncer de piel instantáneo. Menos calor, menos agobio. Lo peor del día, la torpe estrategia de Renault, que hizo que Fernando Alonso la cagara en el momento más inoportuno y se clasificara en el puesto 12 para la carrera del siguiente día. Espero que estos brillantes estrategas no formen parte de ningún ejército...
La afición acudió en un volumen mayor al circuito, el viernes estaba despoblado y el sábado ya estaba más animadete. Durante un garbeo por el circuito vimos lo que implica organizar un evento como este. Puestos donde comprar objetos relacionados con los pilotos y escuderías, gente de todo pelaje y unos improvisados bares donde la cerveza más barata (sin alcohol, eso sí) costaba 4,50 euros, ¡el tercio! Si eres caluroso y la sed te oprime el gaznate puedes gastarte la friolera de 12 euros por un litro de rubia espumosa. Yo me agarré con fuerza a mi botella de agua sin tapón, que aunque calentorra era la única bebida que me permitía mi escuálido bolsillo.
El domingo era el día grande. Aprendiendo de los errores del primer día sólo podías cruzar la primera puerta con el permiso de la policía nacional. Los huecos por donde los aficionados veían de forma gratuita el circuito se taparon con lonas, y la gente campaba por miles en las tribunas. Cinco helicópteros sobrevolaban el circuito y el sol, hoy sí, no quiso perderse nada.
La carrera puede resumirse en una línea: Alonsó abandonó en la primera vuelta al ser embestido por Nakajima y Massa ganó.
Llegamos al circuito a eso de las once de la mañana, ya que la selección española masculina de baloncesto nos requirió la fuerza necesaria para ganar el oro en Pekín, ¡qué pena! Previo a la carrera hubo GP2 y una carrera de Porsche 911 series. Que curioso comprobar el olor a humo y goma quemada de unos y los desodorizados Formula Uno, mucho ruido pero pocas emisiones (olorosas, se entiende).
Pero lo mejor vino después de las carreras ya que mi cuñado y yo nos fuimos metiendo hasta llegar a la zona de paddock, donde los equipos tienen carpas con tiendas y exhiben réplicas 1:1 de los coches de competición. Aquí es donde se ve el verdadero significado de la F1. Aquí sólo hay dos pelajes, los ricos que han podido pagar un asiento de 2.800 euros, eso sí, en palco cubierto y climatizado, con pantalla de vídeo y catering sólido y líquido. Azafata en la puerta incluída por si fuera de menester cualquier apetencia recién ocurrida. El otro pelaje: nosotros y nuestros semejantes, colándose en el cielo de los billetes de 500 euros.
Toyota en su stand condujo al límite el modelo de mujer florero al disponer dos azafatas de muy buen ver para que los hombres se fotografiaran con ellas. Yo lo hice, confieso, aunque espero que mi mujer no lea esto, no sea que el florero acabe en mi cabeza.
Así fue como descubrimos que los pobres son más pobres, los ricos más ricos y Valencia un poco más sucia y abandonada (gracias, Miguel) en pro de un evento que puede que una vez al año lleve a Valencia al renombre mundial. Un circuito urbano que engaña a los espectadores televisivos ya que sólo atraviesa una calle de circulación ordinaria, por mucho que la sosa realización nos haga creer otra cosa, y esa única calle es la que ha hecho que un barrio completo tenga que dar un rodeo de kilómetros para realizar actividades cotidianas como ir a trabajar o gestionar lo que sea. Valencia así perpetúa las fallas durante otro fin de semana, ya que sólo somos fachada de cartón piedra, fútil y efímera. Por mucho que me gusten los deportes de motor no pagaré por asistir a esta pantomima, que al final resulta cara y aburrida. Con este gobierno autonómico el dinero se despilfarra en sus egos irredimidos. Incluso fueron capaces de abrir un puente que no está acabado.
Si estuve allí fue para contarlo, ahora ya lo sabes. Se disfruta, sí, pero críticamente esto es inaceptable.
Si dais la impresión de necesitar cualquier cosa no os darán nada; para hacer fortuna es preciso aparentar ser rico.
Alejandro Dumas(1803-1870) Escritor francés

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