sábado, 5 de diciembre de 2009

CONFESIONES DE UN PADRE PRIMERIZO


Son las 8.30 h. de un sábado de un bisoño septiembre. Creo que hace calor pero en verdad no tengo ni idea. Ahora mismo estoy en la sala de espera de maternidad del hospital La Fe de Valencia esperando (qué si no) el nacimiento de mi primer hijo.
Estoy bastante tranquilo, la verdad, y para templar los nervios que queden he decidido empezar a escribir el post que llevo semanas esperando publicar. Así que con mi smartphone (no haré publicidad de ninguna marca) en la mano he decidido empezar este artículo que no sé en cuantos tramos escribiré, ni siquiera si iniciaré una serie de artículos sobre el tema.
Ahora estoy de espaldas a la puerta porque estoy viendo la repetición de los entrenos de Moto GP en Teledeporte y cargando la bateria del móvil (a costa de la Conselleria de Sanitat, pero al fin y al cabo lo pagan mis impuestos). De vez en cuando me giro y veo, como si de un efecto estroboscópico muy lento se tratara, amanecer.
A veces me emociono pensando que Eric Guillem estará aquí en unas horas y noto como una lágrima pretende saltar al vacío de la mejilla, pero soy un chico y nosotros no lloramos. Otra cosa que noto es una especie de molestia en la panza. No sé si son nervios traicioneros, hambre (todavía no he desayunado) o es que me estoy cagando (maldita regularidad intestinal).

Así escribí en mi teléfono las sensaciones de aquel 5 de septiembre que empezó a las seis y media de la madrugada cuando mi mujer me despertó diciendo que había roto aguas.
Fue un día extraño, como supongo que será cada vez que tu mujer va a dar a luz, que no sucede todas las semanas. Puede que tú seas de esas personas que siguió el parto casi en directo, ya que, sin ningún ápice de originalidad, gracias a los cacharros tecnológicos pude colgar en Internet (fundamentalmente en Facebook) la progresión de los acontecimientos.
Ya hace tres meses, hoy se cumplen, de aquel día tan especial. Hasta hoy no me había atrevido a escribir sobre mi hijo, pero no por falta de ganas o falta de motivación. No sé, creo que he querido acaparar estos primeros meses (para mí y mi mujer) y no acababa de ver el momento de hablar sobre este tema. Quizá es porque me siento más cómodo hablando de otras cosas que de mi intimidad, y Eric Guillem, indudablemente, forma parte de mi más estricta intimidad, que por otra parte comparto con alguna gente.
"Un hijo te cambia la vida", ¡no he oído veces esa frase! Y hasta cierto punto es verdad, aunque todavía estoy de rodaje. Lo que más me preocupa, mi verdadera obsesión, es la forma de educar a mi hijo. Creo que hay tanto ruido (en el sentido lingüístico del término), tantas opciones que puedan perturbar lo que queremos transmitirle a nuestro hijo, que es la verdadera preocupación. Mucho más que la alimentación (hoy día está prácticamente asegurada), el vestir o cualquier otra faceta material, lo que me obsesiona es amueblar su cabeza con roble y pino, y no con contrachapado pintado.
Afortunadamente Eric está creciendo a un ritmo fantástico, es un niño simpatiquísimo que se rie constantemente y llora únicamente cuando está molesto (aunque el colega tiene unos pulmones que despiertan a media ciudad). Y es guapísimo, aunque siendo su padre a ver que voy a decir.
Bueno voy a por un mocho para fregar mis babas y a por 1/2 litro de suero para prevenir una deshidratación aguda.
No quiero dejar de acordarme de tod@ l@s que me habéis animado y felicitado, y muchos padres y muchas madres me han dado consejos fantásticos.
Como escribí en su día, no sé si iniciaré aquí una serie de artículos sobre la paternidad o el devenir de mi hijo, el tiempo lo dirá.

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